Los
primeros cristianos contra el aborto
Ejemplos
para el cristiano del siglo XXI
por
Luis Fernando Pérez Bustamante
Todos los Padres de la Iglesia y los primeros
apologistas y maestros cristianos hablaron a favor de la vida y gracias a su
influencia el aborto y el infanticidio fueron gradualmente desapareciendo de
Europa
Para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad
humana es claro que una de las plagas más infecta, desastrosa e inmunda de
nuestra sociedad en pleno siglo XXI es el aborto. La Iglesia Católica, así como
la mayoría de las iglesias y comunidades eclesiales separadas de ella, condena
sin paliativos la aniquilación de seres humanos en el seno de sus madres. Dado
que la Biblia apenas habla específicamente del aborto, aunque obviamente hay
indicios muy claros de que las Escrituras consideran que el feto es una vida
humana (p.e Jueces 16,17; Salmo 22,9-10; Lucas 1, 15-16 y 41-44; Galatas 1,15),
es importante que estudiemos lo que creían los primeros cristianos acerca de
este tema. Su testimonio es unánime y no deja lugar a dudas en la condena del
aborto. La Didajé, que pudo haber sido escrita incluso en el siglo I, es quizás
el primer testimonio patrístico en el que se introduce dicha condena:
“He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No
matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás
al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás
abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás
morir.” (Didajé II)
En la Epístola de Bernabé, escrita en la tercera
década del siglo II, se llama hijo al feto que está en el vientre de la madre,
se prohíbe expresamente el aborto y se le equipara al asesinato:
“No vacilarás sobre si será o no será. No tomes en
vano el nombre de Dios. Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás
a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida. No
levantes tu mano de tu hijo o de tu hija, sino que, desde su juventud, les
enseñarás el temor del Señor.” (Ep Bernabé XIX,5)
y
“Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la
verdad, amadores de la mentira, desconocedores de la recompensa de la
justicia, que no se adhieren al bien ni al juicio justo, que no atienden a la viuda y al
huérfano, que valen no para el temor de Dios, si no para el mal, de quienes está
lejos y remota la mansedumbre y la paciencia, que aman la vanidad, que persiguen
la
recompensa, que no se compadecen
del menesteroso, que no sufren con el atribulado, prontos a la maledicencia,
desconocedores de Aquel que los creó, matadores de sus hijos por el aborto,
destructores de la obra de Dios, que echan de sí al necesitado, que
sobreatribulan al atribulado, abogados de los ricos, jueces inicuos de los
pobres, pecadores en todo.” (Ep Bernabé XX, 2)
El primer apologista latino Minucio Félix, llama
parricidio al aborto en su obra Octavius de finales del siglo II:
“Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados
médicos, extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de
esa forma cometen parricidio antes de parirlo.” (Octavius XXXIII)
El apologeta cristiano Atenágoras es igualmente
tajante en su consideración sobre el aborto cuando escribió al Emperador Marco
Aurelio:
“Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para
provocar un aborto que están cometiendo un asesinato,
y que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto... contemplamos al feto que
está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto como un objeto al cuidado
de Dios... y no abandonamos a los niños, porque los que los exponen son
culpables de asesinar niños”
(Atenágoras, En defensa de los cristianos, XXXV)
Los testimonios se multiplican por doquier. Así
leemos en la Epístola a Diogneto que los cristianos:
“Se casan como todos los demás hombres y engendran
hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (fetos)” (Ep a Diogneto V,6)
Tertuliano condena el aborto como homicidio y
reconoce la identidad humana del no nacido:
“ Es un homicidio anticipado impedir el
nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga
desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será.”
(Apologeticum IX,8)
Ya en el siglo IV San Basilio va incluso más allá al
llamar asesinos no sólo a la mujer que aborta sino a quienes proporcionan lo
necesario para abortar, lo cual sería perfectamente aplicable a quienes fabrican
o prescriben la píldora abortiva:
“ Las mujeres que proporcionan medicinas para causar
el aborto así como las que toman las pociones para destruir a los niños no
nacidos, son asesinas”
(San
Basilio, ep 188, VIII)
San Jerónimo trata la situación de la mujer que muere
mientras procura abortar a su criatura:
“Algunas, al darse cuenta de que han quedado
embarazadas por su pecado, toman medicinas para procurar el aborto, y cuando
(como ocurre a menudo) mueren a la vez que su retoño, entran en el bajo mundo
cargadas no sólo con la culpa de adulterio contra Cristo sino también con la del
suicidio y del asesinato de niños. ” (San Jerónimo, Carta a Eustoquio)
Quizás el texto más dramático en relación al aborto
sea un párrafo que aparece en el libro apócrifo conocido como Apocalipsis de
Pedro. El libro seguramente es de origen gnóstico, lo cual supone que no debemos
considerarlo del mismo valor que las citas anteriores, pero he decidido copiar
este pequeño párrafo como muestra de hasta qué punto la condena del aborto
estaba presente incluso entre los heterodoxos de los primeros siglos:
“Muy cerca de allí vi otro lugar angosto, donde iban
a parar el desagüe y la hediondez de los que allí sufrían tormento, y se formaba
allí como un lago. Y allí había mujeres sentadas, sumergidas en aquel albañal
hasta la garganta; y frente a ellas, sentados y llorando, muchos niños que
habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían unos rayos como de fuego que
herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que habían concebido fuera del
matrimonio y se habían procurado aborto.” (Ap Pedro 26)
Todos esos testimonios en contra del aborto tienen un
doble valor para nosotros en las circunstancias que nos toca vivir en nuestro
tiempo. Por una parte deben servirnos de aviso para que bajo ningún concepto nos
acomodemos a un estado de opinión en nuestra sociedad cada vez más favorable a
la aceptación del aborto como algo normal. Hacer tal cosa sería ir justo en la
dirección opuesta a la que tomaron nuestros antepasados en la fe. Ellos ni se
callaron ni fueron tibios a la hora de condenar esa lacra. Por otra lado,
debemos ser sinceros y reconocer que vivimos en un mundo donde gran parte de lo
más abominable del paganismo antiguo, el aborto y la profusión de todo tipo de
amoralidad sexual, no sólo ha resurgido con fuerza sino que ha conseguido
“legitimarse” socialmente echando sus raíces incluso en las legislaciones de
nuestros países. La Iglesia, hoy igual que ayer, alza su voz contra esta
infamia. Podría decirse que Juan Pablo II, paladín de la cultura de la vida y
por tanto enemigo declarado de la cultura de la muerte que impera en nuestra
sociedad, ha llevado la condena del aborto casi hasta el nivel de dogma de fe en
la Encíclica Evangelium Vitae:
“Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a
Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias
ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente,
aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—,
declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es
siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser
humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra
de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el
Magisterio ordinario y universal.”
Nadie pues que se precie de tener el nombre de
cristiano y el apellido de católico, puede justificar, aprobar, legislar o
colaborar, por activa o por pasiva, con el aborto. Es nuestro deber como
cristianos combatir en la guerra por salvar a millones de inocentes. Ellos no
tienen voz, no tienen fuerza para oponerse a quienes desean asesinarlos. Seamos
nosotros la voz y la fuerza que, como en el pasado, venza la batalla por la
vida, por la esperanza y por el amor hacia toda criatura humana desde su
concepción.
Fuente: Revista Arbil Nº
88